Incrédulos sobre aquella realidad, los periodistas enviados por sus respectivos medios, arreglamos nuestros bártulos y, después de varias horas para arribar a la frontera, nos sacudimos el polvo en la Embajada dominicana, en Petion Ville, sin prejuicios y con la mejor voluntad de escribir los reportajes y hacer las entrevistas tal como nos las habían de contar los actores principales de la política haitiana.
El difundo Leo Reyes, conocedor de la realidad haitiana, Pastor Vásquez y Saúl Pimentel, coordinamos con el entonces embajador dominicano en ese país, Alberto Despradel. No sé si para Saúl, Pastor y Leo, pero por mi mente nunca había pasado la idea de que grupos, refugiados en ONGs, con base en el territorio dominicano, servían de cómplices a una campaña sistemática, dirigida a convencer a la opinión pública internacional, principalmente a potenciales donantes de recursos, de que en República Dominicana se practica la esclavitud.
Jamás imaginé que una de las columnas que sostenía esa campaña, se ubicaba en la persona de un sacerdote y su organización, que posteriormente fue sacado del país por sus superiores. Hoy, este hombre continúa su embestida contra la República Dominicana con mucho más ardor que los propios haitianos o figuras ilustres de aquel país que dedicaron su existencia a defender a sus coterráneos más desvalidos.
Con criterios claros de nuestra labor periodística, sin prejuicios contra Haití, iniciamos nuestra jornada. Me correspondió entrevistar a Gérard Pierre-Charles, un ilustre haitiano, una especie de espada en la defensa del ideal de su pueblo. Nos recibió en una modesta vivienda colmada de flores en su parte frontal, ubicada en el exclusivo sector de Petion Ville, al lado de Juzgado de Paz.
La portentosa voz de aquel hombre de un metro 90 centímetros estaba apagada.
Su locuacidad y frecuentes ocurrencias y pintorescas anécdotas no salieron a relucir en aquella entrevista. Gérard tenía el alma rota, las turbas de Lavalás le habían quemado su biblioteca, la más importante reserva de textos sobre la historia haitiana que persona alguna pudiera tener.
Era un hombre que no guardaba odios ni rencores. Cuando me narró de aquella barbarie, de ver su biblioteca convertida en cenizas, en una oficina de Canape-Vert, nunca reflejó en sus palabras resentimiento, más bien generosidad, a pesar de que a un intelectual de su talla le habían arrancado la razón de ser: su biblioteca.
Al analizar el tema de las relaciones con dominicana, tampoco proyectó durante la entrevista animadversión, y dio señales de ser amigo del país. Lo recuerdo cuando recibió el Doctorado Honoris Causa de la Universidad Autónoma de Santo Domingo.
La gente sensata, de aquí y de allá, abogaran siempre por unas relaciones respetuosas, de cooperación y sin prejuicios, como lo han predicado los grandes hombres de República Dominicana y Haití.
Esa fue la visión también de otro ilustre haitiano, Jacques Roumain, el autor de Gobernadores del Rocío, quien a pesar de que murió a corta edad, como escritor prolifero jamás destiló prejuicio hacia nosotros. Sin ofuscaciones de ambos lados, sin fanatismo pero con firmeza, debemos hacer frente a esa campaña, no importa el origen de su factura.
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