domingo, 8 de febrero de 2009

DEL PALO DE COTORRA, AL METRO DE SANTO DOMINGO

Lic. Rafael Nuñez, director de prensa de la presidencia

Recuerdo las palabras y las mofas que hacían ciertos comentaristas de televisión a los túneles, elevados y pasos a desnivel cuando en la primera administración del gobierno del presidente Leonel Fernández, en el período 1996-2000, se iniciaron esas obras.

Esas construcciones se calificaban de “innecesarias, inoportunas y que constituían un sueño del joven mandatario”, cuya factibilidad quedaba ahogada en las necesidades de miles de dominicanos que vivían en condiciones de pobreza.

Al fenecido presidente Joaquín Balaguer lo zarandearon cuando emprendió proyectos similares, como la Plaza de la Salud, la ampliación y construcción de las avenidas 27 de Febrero y V Centenario, el Acuario, el túnel de la avenida Núñez de Cáceres, etc.

Salido el presidente Balaguer del gobierno, en 1996, la artillería de francotiradores, enfiló sus ataques contra las computadoras instaladas en las escuelas públicas. Decían que el presidente Fernández soñaba cuando se embarcaba en dotar de laboratorios de computadoras a esos centros educativos de los pobres.

Ocho años después se repite la historia: El macro proyecto del presidente Fernández de aplicar un plan estratégico de solución vial, que conlleva la construcción de túneles, elevados, pasos a desnivel, creación de la Autoridad Metropolitana de Transporte (AMET) y la Oficina Metropolitana de Servicios de Autobuses (OMSA), fue retomado en el período 2004-2008, con el diseño y construcción de la primera línea del Metro.

Desde las acostumbradas trincheras se escucharon de nuevo las voces que esgrimían los mismos argumentos en el sentido de que la obra no era viable, que no era el momento para su construcción, que hay otras prioridades y que esta obra surgía del capricho del Presidente.

La acogida que ha tenido en el dominicano de a pie, aquel que no tiene un lujoso vehículo con aire acondicionado para desplazarse, que vive en los suburbios de los barrios y comunidades de la zona norte de la provincia Santo Domingo, ha sido la respuesta más contundente a quienes se opusieron al mega proyecto.

Pedro Rafael Caro, un usuario del Metro de Santo Domingo, entrevistado por un periodista decía: “Vengo para vivir la experiencia y que nadie me tenga que contar; traigo a mi mamá, mi esposa y mis tres hijos”.

Otra usuaria del Metro, Ana Sofía Valdez, cuestionada por el mismo periodista relataba lo siguiente: “Es lo mejor que se ha hecho en este país; el presidente Leonel Fernández es un visionario”. Así hablaba la señora mientras se hacía acompañar de sus dos hijas camino a disfrutar de la nueva experiencia.

Independientemente del ahorro de combustible, tiempo, comodidad, seguridad y el involucramiento de los usuarios en una nueva cultura sobre el uso del transporte masivo de pasajeros, equiparado con las grandes capitales del mundo, la realidad del Metro pone al descubierto las intenciones malsanas de buena parte de sus críticos, salvo honrosas excepciones.

Quieren hacerse los despistados en relación a la doble agenda que debe cumplir cualquier gobernante en nuestros países, si es que quiere ser exitoso.

La agenda del avance hacia la modernidad y el progreso no puede esperar a que la Nación salga de la pobreza en que ha estado sumergida por décadas. Las acciones del gobierno a favor de aquel que necesita quitarse el hambre de hoy, deben ir a la par con el Metro y la computadora, la internet y los nuevas tecnologías en las áreas de la salud y agropecuaria. Deben ir a la par con la generación de empleos dando oportunidad a nuevas inversiones.

No se trata de un sueño quimérico, son grandes obras para hombres gigantes. Hay seres humanos que resultan pequeños para los grandes proyectos, y son grandes para las nimiedades.

La mezquindad de quienes aún hoy critican el Plan Estratégico de Solución Vial, del cual la primera línea del Metro de Santo Domingo es un componente, quedó pisoteada por la satisfacción que sienten los hijos de machepa, otrora víctimas del palo de la cotorra en el que tenían que tomar asiento para llegar a su destino.

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